Jesús Castillo
Hasta hace unos años los presidentes municipales tomaban posesión el primer día del mes de noviembre del mismo año en que se desarrollaban las elecciones, pero a partir del 2012 los trienios comienzan el primer minuto del año siguiente. Esto tiene ventajas y desventajas, tanto para el que se va, como para el que se queda.
Uno de los motivos por el que se recorrió el inicio de la administración municipal fue que los presidentes municipales salientes dejaban las arcas vacías y los entrantes no tenían ni siquiera para los gastos más insignificantes.
Pero lo que hizo que el Congreso tomara cartas en el asunto fue el tema de los aguinaldos, porque casi ningún alcalde se tomaba la molestia de dejarle a su sucesor el dinero para pagarle esa prestación a la plantilla laboral, y varios alcaldes se vieron en verdaderos aprietos en los primeros dos meses de su administración.
Hoy se aplica la modalidad de que “año nuevo, administración nueva”, y los alcaldes pueden disponer de las participaciones tanto federales como estatales a partir del primer día del año. Bueno, en realidad se tardan como dos semanas para poder disponer de los recursos, pero ya no son los dos meses de antes.
Así es como surge este lapso de 207 días aproximadamente, en el que hay un alcalde en funciones y un alcalde electo.
Al presidente municipal electo le conviene porque en seis meses puede darse un merecido descanso, integrar su gabinete con mucho tiempo de anticipación, y si lo quisiera hasta podría tomar un curso de administración municipal en alguna institución reconocida (no recuerdo ningún caso pero seguramente debe haber).
De hecho, el nuevo alcalde disfrutará de esos 200 días antes de asumir el cargo y otros 200 del periodo conocido como “luna de miel”, en el que nada le pueden reclamar porque viene llegando. Después de ese periodo comienzan los reclamos.
El alcalde “saliente” sufre en carne propia ese ingrato lapso de tiempo conocido como “el despoder”. Es cuando –aunque sigue firmando como presidente municipal- en los hechos ya nadie le obedece ni le tiene respeto.
Hay gente “institucional” que está consciente que le debe lealtad a la persona que lo designó y se espera hasta el último minuto de su administración para buscar otro trabajo, pero son contadísimos. La gran mayoría le es desleal al alcalde saliente. Apenas están dando a conocer quién ganó las elecciones cuando ya le están mandando felicitaciones y poniéndose a sus órdenes “para lo que se ofrezca”.
Es muy incómodo ese periodo porque la atención de los medios de comunicación y la población en general está centrada en el presidente municipal electo. Sus declaraciones provocan expectación y en las columnas políticas se barajan los nombres de quienes podrían ocupar las principales posiciones de la nueva administración.
El alcalde saliente ya no tiene nada qué declarar. No puede prometer que resolverá lo que no pudo hacer en tres años, y a nadie le importa escuchar sus justificaciones. Ni los boletines les publican.
A quien esto escribe le tocó acompañar a un alcalde de Cuernavaca en ese ingrato periodo que cubre el espacio entre el que se va en pos de otro cargo y el que llega con el respaldo de los votos. Afortunadamente nos tocó trabajar con un hombre honrado y ecuánime como es el maestro Rogelio Sánchez Gatica, a quien no le gustaba ser protagonista y sólo quería entregar buenas cuentas a la ciudadanía.
Con las arcas vacías, lo único que podíamos hacer era difundir lo poco que se hacía en obras y servicios y recomendar a los proveedores que buscaran a Jorge Morales Barud. Sin dinero qué repartir, no perdimos amistades como suele ocurrir en esos cargos en los que siempre alguien queda inconforme.
Situación diferente ocurre con los alcaldes que se vieron beneficiados con la reforma electoral que permite la reelección, como ocurrió con Agustín Alonso en Yautepec en 2018 y en las pasadas elecciones con Juan Ángel Flores en Jojutla y Rafa Reyes en Jiutepec. En Yecapixtla podríamos hablar de una “cuasi-reelección”, en virtud de que termina un Sánchez Zavala y entra otro Sánchez Zavala (y en el inter estuvo como alcalde suplente un primo de ellos).
Una reelección permite al alcalde en turno evaluar lo que hizo mal en los primeros tres años y buscar la forma de mejorarlo. Puede darse el lujo de prescindir de los servicios de aquellos que “no dieron el ancho” y sustituirlos por quienes destacaron en la campaña. Todo es alegría en esos Ayuntamientos.
Pero el peor escenario es en aquellos ayuntamientos donde se buscó la reelección, no se logró y ahora el alcalde tiene que esperar su relevo.
El primer ejemplo que se nos viene a la mente es Temixco. En esa localidad la alcaldesa llegó al cargo en el 2018 bajo las siglas de Morena-PES-PT, pero la candidatura no fue refrendada para el 2021, por lo que tuvo que aceptar de última hora ir como abanderada del Partido del Trabajo. Juana Jazmín Solano intentó a toda costa ganar las elecciones (de hecho, mucha gente asegura que sí ganó, pero que le jugaron sucio), para lo cual dispuso de todos los recursos materiales y humanos de la comuna con ese fin.
Desgastada económica y anímicamente, Juana Jazmín tendrá los 200 días más difíciles de su vida, a sabiendas de que la nueva administración no le tapará sus manejos financieros y que los que eran sus aliados hoy buscan acomodo en el equipo de Andrés Duque.
Algo similar ocurre en Tlaltizapán, donde desde hace meses hemos venido advirtiendo que la única oportunidad que tenía Alfredo Domínguez “Cuananis” de evitar la cárcel era reelegirse como alcalde. Hoy su destino está en manos de un tal Gabriel Moreno Bruno, que ganó las votaciones el pasado domingo 6 de junio representando a Morena y que prometió terminar con la corrupción en ese municipio.
Sobre este mismo tema, cuentan que en diciembre del 2015 un hombre de pelo cano y lentes oscuros llegó hasta el corralón municipal que se encontraba en la colonia Satélite de Cuernavaca y quiso preguntar sobre la forma como operaba esa dependencia.
El entonces encargado del corralón ni siquiera le dio la oportunidad de que se presentara. Con lujo de prepotencia “lo mandó a freír espárragos” como se dice coloquialmente. Un mes después, cuando vio por televisión que el hombre que había maltratado estaba siendo presentado como el jefe de la oficina de presidencia, solito comenzó a recoger sus cosas y resignado esperó a que llegara su relevo.
HASTA MAÑANA.