Era alrededor del mediodía del martes 2 de julio de 2013, cuando el teléfono de la estancia infantil «La Abejita» sonó, y la maestra Cynthia levantó el auricular para responder al llamado. La voz de un hombre con acento norteño la hizo entrar en pánico por lo que le pasó el teléfono celular a su compañero de nombre Julián.
Pero Julián cayó más rápidamente en el juego del interlocutor que dijo ser jefe de una banda de sicarios, y les aseguró que de un momento a otro arribarían a la guardería para asesinar a todos los que se encontraban en el sitio. Como ocurre en todos estos casos, el extorsionador aprovecha el factor sorpresa de la víctima, además de que no permite que se interrumpa la llamada.
Ante el temor de que cumpliera su amenaza, el maestro pidió el servicio de dos taxis y con el apoyo de una adolescente evacuaron la estancia infantil junto con los diez niños para tratar de refugiarse en un hotel cercano.
Se dirigieron al hotel más cercano: el Real de Ocotepec, pero el encargado les negó el acceso porque era un motel de paso y ante esta situación estuvieron esperando en un parque del mismo poblado. Durante todo ese tiempo, delincuente y víctima nunca perdieron la comunicación.
Luego se trasladaron al centro de la ciudad para buscar alojarse en el Hotel España, donde permanecieron por un rato, siempre con el celular encendido.
Mientras tanto, y con la información obtenida, un cómplice se comunicó vía telefónica con la directora para decirles que tenía secuestrados a los niños y a dos maestros, a cambio pedía que juntaran algo de dinero para su rescate.
Ante la presión, la directora del plantel no tuvo más opción que informar de la situación a los padres de los niños, uno de los cuales denunció el caso a las autoridades vía telefónica.
Elementos de diferentes corporaciones policiales y de seguridad acudieron al llamado de los padres que aseguraban que un grupo armado había sustraído a los niños y maestros de la guardería ubicada en los límites de Chamilpa y Ocotepec.
Un elemento de la entonces Policía Ministerial se subió al taxi donde iban un padre de familia y el hermano de la directora, atentos a lo que les iba diciendo el supuesto secuestrador.
“Bueno. A ver compa´! Pare oreja y pongan atención. ¿De acuerdo? Mire, tengo 10 chamacos a mi disposición, por esos diez… escúchame, aprende a escuchar! Por esos diez chamacos que yo tengo aquí, tengo un billetón, por… (inaudible) no se los imagina. Sus órganos, sus ojos, corazón, riñones y hígado (sic), y todo, me dan una feria en el otro lado, ¿me entiende? Ustedes saben, si van a dejar que yo los mate o me van a pagar mi dinero, van a pagar un rescate por los chamacos y por los maestros. A los maestros los tengo amarrados. ¿Me entiende?”, decía la voz a través del auricular. Todo quedó registrado en una pequeña grabadora que llevaba el elemento policiaco.
Y luego agregaba:
“Bueno, fíjese, a usted ahorita se nos va a mover a aquí a Aurrera. Me van a dejar ese dinero, escúcheme: ese dinero que ustedes me van a entregar ese es; porque yo no les voy a dar ni agua, ni de tragar, no los voy a desamarrar ni nada, hasta que yo no vea el interés que tengan ustedes. Como ustedes me traten a mí yo los voy a tratar a sus hijos, escúcheme”.
Una vez que los dos hombres mencionados arribaron al Aurrera de la avenida Morelos, el extorsionador les indicó que ingresaran al baño y después deberían meter el dinero (cinco mil pesos) en una bolsa que dejarían en el interior del bote de basura del último baño.
El presunto sicario les ordenó retirarse del lugar ya que mandaría a uno de sus hombres por el dinero. Los dos hombres se retiraron, pero el agente ministerial permaneció vigilando el lugar a cierta distancia para ubicar al supuesto contacto de los secuestradores.
Al cabo de algunos minutos observó que un hombre con teléfono en mano ingresaba al lugar y después se dirigió a los baños para buscar el dinero en los botes de basura.
Se trataba del profesor Julián, quien había sido enviado por el extorsionador para recoger el dinero pero que desconocía por completo de dónde procedía.
El agente ministerial se identificó con el profesor y le dijo que estaba ahí para ayudarlo, sin embargo, éste no hacía caso al policía y continuaba hablando por teléfono con el extorsionador.
Repentinamente el agente le quitó el celular al maestro que angustiado comenzó a decir que los iban a matar por haber perdido comunicación. “Pero ¡qué hiciste, ahora van a matar a los niños por mi culpa!”, decía el profesor.
Tuvieron que pasar varios minutos para que entendiera que había sido víctima de un engaño, lo que se conoce como “secuestro virtual”. Una vez que se calmó Julián condujo al policía hasta el Hotel España donde se encontraban los niños sanos y salvos. El agente se comunicó con su jefe y le dio la noticia de que había encontrado a los menores en un hotel del centro histórico de Cuernavaca. Ya para ese momento el caso había trascendido en todas las estaciones de radio pero como un secuestro real.
Al cabo de algunos minutos arribó la secretaria de Seguridad Pública Estatal, Alicia Vázquez Luna, cuando ya el lugar estaba cercado de elementos federales y del “Mando Único”. Entró al restaurante, hizo algunas preguntas y después tomó un par de niños para salir con uno en cada mano ante un tumulto de camarógrafos y fotógrafos. La foto dio la vuelta al país.
El Cendi “Abejitas” fue clausurado por carecer de permisos de las autoridades educativas.
El policía ministerial nunca fue reconocido por este trabajo. El entonces gobernador Graco Ramírez emitió un comunicado en el que informó que un “operativo de inteligencia y coordinación” había culminado felizmente con la localización de los niños.
Hoy se sabe que no hubo tal operativo de “inteligencia”; que la Policía Federal no intervino más que para hacer presencia en el Cendi y en el Hotel España, y que fue la labor de un solo elemento –un policía ministerial- quien localizó el lugar donde un padre de familia depositó cinco mil pesos, mismos que recogería el profesor que había dejado a los niños en el hotel España.
El delito de extorsión es uno de los más comunes en el país; las llamadas provienen generalmente de los centros de readaptación social donde tienen unos auténticos “Call Center” para hacer creer a las víctimas que tienen en su poder a un miembro de su familia y lograr así depósitos de dinero en forma rápida y sin otra arma que la habilidad del delincuente para intimidar a una persona a través de una línea telefónica.
HASTA EL LUNES.