Jesús Castillo
Noche del viernes 15 de noviembre de 2019 en la Ciudad de La Habana. La capital de Cuba se viste de gala porque cumple 500 años de existencia, lo que refleja aún más sus contrastes, aunque ellos no lo perciban. Pasadas las 10 de la noche surgen en el cielo los juegos pirotécnicos que arrancan expresiones de júbilo en los niños y lágrimas de nostalgia entre los habaneros que abarrotan el Malecón.
En la legendaria ciudad no se habla de otra cosa que no sean los 500 años de La Habana. Las calles han sido arregladas, las fachadas pintadas y el gobierno de Italia regaló un espectáculo de luces que asemejan la Vía Láctea, colocadas en una de las principales avenidas que llevan al Capitolio, también recién remozado e iluminado.
Los cubanos y turistas llegan al centro de La Habana cómo pueden. A bordo de “gua-guas”, que son autobuses unidos por un “acordeón”, similares a los metrobuses de la Ciudad de México; en “ruteros” que son coches (modelo 1950) que llevan una determinada ruta y suben a quien lleve ese rumbo (parecido a los taxis de Acapulco); o bien, los “cocotaxis”, que son triciclos motorizados con techo en forma de bola, que nos recuerdan a los mototaxis de Xoxocotla.
En el centro las calles recién adoquinadas sirven de escenario para mostrar al mundo que pueden convivir en un mismo lugar personas de raza auténticamente afro, con rubias y morenas claras. Es un verdadero espectáculo ver pasar a la gente tan estéticamente perfecta, de todos los colores de piel y ojos, y todas las combinaciones que puedan existir.
Y como decimos los mexicanos: “juntos pero no revueltos”. Aunque la constitución establece que gracias a la revolución de Fidel Castro todos son iguales en Cuba, la realidad es que a los blancos se les puede ver cenando en restaurantes caros, mientras los de piel oscura manejan los taxis y limpian las calles.
Pero hoy todos los habaneros están felices porque su ciudad cumple años. Así lo reflejan los periódicos diarios (El Granma y Juventud Rebelde), la radio y los cuatro canales de televisión que captan sus antenas.
Arturo Aguirre, Isaac Labra y el que esto escribe nos retiramos temprano de la celebración, pero los habaneros y turistas continuaron hasta el amanecer. Al otro día los medios de comunicación (oficiales porque no hay de otros) daban cuenta de un comportamiento ejemplar de nativos y visitantes.
“Pero si hubo algún disturbio nunca lo sabremos porque los medios están controlados” nos dijo el hostelero, un cubano que –como muchos- vive de las remesas que le mandan familiares desde Miami y eso le permite tener lujos a los que no pueden aspirar el grueso de la población cubana.
Durante los diez días que estuvimos en Cuba platicamos con varias mujeres y hombres que estudiaron periodismo y trabajan en esos medios de comunicación oficiales. ¿Se puede hacer periodismo en un país comunista? Depende de la definición que cada uno tenga de hacer periodismo. En México y varios países más enseñan en las Universidades que “periodismo es contar lo que alguien no quiere que la sociedad se entere, lo demás son relaciones públicas”.
En Cuba es totalmente diferente. Allá los periodistas tienen “el chip” de que hacer periodismo es contar las cosas positivas de Cuba, y que cualquier crítica al sistema es una traición a la patria y un favorecimiento al imperialismo.
En la página www.cubadebate.cu encontré un video en el que el entonces presidente Fidel Castro les habla a los periodistas al clausurar la convención de periodistas cubanos de 1993. No saben cómo me recordó a nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador, no solamente por lo pausado que ya hablaba Fidel por su deteriorado estado de salud, sino porque consideraba a los reporteros como parte del ejército revolucionario.
“Estamos verdaderamente en una lucha desesperada por la supervivencia, pero tenemos un ejército, porque el revolucionario constituimos un verdadero ejército, no sólo es las fuerzas armadas cuando hablo de Ejército, hablo del pueblo revolucionario que constituye un verdadero ejército capaz de ganar esta batalla si nosotros sabemos dirigirlos”, decía el hombre ícono de este país.
Y luego les preguntaba, “¿saben cómo los veo a ustedes los periodistas? Los veo como comisarios del pueblo en esta batalla”, y los asistentes lo escuchaban atentos y al término del discurso aplaudían de pie.
Después de 10 días de conocer Cuba como parte de un trabajo para la Universidad Interamericana, los tres morelenses abandonamos la isla en un vuelo que salió del Aeropuerto internacional “José Martí”, cuyas instalaciones son superadas por cualquier terminal aérea de México. Hasta el “Mariano Matamoros” de Temixco está más lujoso.
Fue hasta entonces que externamos nuestra opinión sobre lo que vimos. Mi punto de vista fue en el sentido de que, si bien la gente grande de Cuba sigue idolatrando a Fidel Castro y todos los que participaron en la revolución cubana, las nuevas generaciones ya no lo conocieron y no se creen del todo lo que dicen los libros de texto que utilizan en las escuelas.
Por otro lado, la tecnología ha ido llegando poco a poco. La gente ya se comunica por Whatsapp y Facebook mediante los “móviles” que les mandan sus parientes del extranjero, y el internet –aunque sea con muchas fallas- tiene cada vez más cobertura en la isla.
Un tercer punto en el que coincidimos los tres visitantes, es que la diferencia entre pobres y ricos es cada vez más marcada. Los cubanos del pueblo hacen colas para comprar un kilo de arroz y algo de azúcar, mientras que los descendientes de los revolucionarios (a los que ya no les costó nada tener lo que ostentan) se dan vida de ricos y se rumora que el presidente Miguel Díaz-Canel ya se va a comprar otro helicóptero para vacacionar con su familia.
“El pasto está seco, sólo falta que alguien prenda el cerillo”, dijo mi amigo Arturo.
Y tenía razón. La pandemia recrudeció las condiciones económicas de los cubanos que el pasado domingo ya no aguantaron más y salieron a las calles a exigir comida, medicinas, y principalmente libertad. El rubio de ojos azules que gobierna la isla junto con Raúl Castro convocó a todos los cubanos “a salir a las calles a defender la revolución en todos los lugares”, al tiempo que enviaba policías a reprimir a los insurrectos.
Y nuestros amigos periodistas que viven en Cuba, hoy se encuentran en la disyuntiva de apoyar a sus hermanos que protestan por la falta de alimentos, u obedecer al gobierno que les paga por difundir las cosas positivas de ese país.
Mientras tanto, millones de personas en todo el mundo, apoyan al comunismo en Cuba con mensajes en Twitter lanzados desde su Iphone o desde su Lap Top mientras toman café en un Starbucks.
HASTA MAÑANA.