Por: Psic. Alejandra Nieves Ramírez
La lucha comienza, ambos progenitores desean tener bajo su custodia a los hijos, los enfrentamientos no tardan y poco a poco lo que en algún momento fue un hogar lleno de esperanzas y metas conjuntas, se torna en una pelea encarnizada donde no hay lugar para la tregua, los hechos vertidos son alarmantes, las acusaciones no tienen tacto y el único objetivo es ganar y llevar consigo el BOTÍN DE GUERRA: LOS HIJOS. Así pues, los padres pierden por completo su capacidad para solucionar conflictos de forma coordinada y bajo el consejo de sus representantes legales, colocan al Juez en una posición de total poder sobre sus vidas, esperando de este, una resolución absoluta que no dé lugar a grises: “El padre es bueno, la madre es mala / La madre es buena, el padre es malo, ahora tomen a sus hijos”.
Dicho de esta manera parece absurdo e increíble que adultos en pleno goce de sus facultades, actúen de forma ciega y desconsiderada, especialmente en situaciones que atañen a aquello que más aman en la vida: sus hijos; sin embargo, se está omitiendo un factor que media todas y cada una de nuestras interacciones humanas, es decir, el inconsciente.
Para comprender el fenómeno de la utilización de los hijos, este se abordará desde los padres y posteriormente desde los hijos, haciendo énfasis en las características que cada uno presenta, de acuerdo con la etapa de desarrollo en que se encuentra, así como sus motivaciones inconscientes, lo que eventualmente facilitará comprender el fenómeno y su complejidad, así como vislumbrar un nuevo panorama del conflicto familiar, para aquellos abogados litigantes y juzgadores, tomando en consideración que el fin último de ambos (cada uno con atribuciones distintas pero complementarias), es garantizar el bienestar de las niñas, niños y adolescentes.
¿Por qué un padre o madre utiliza a su hijo?
Como adultos, los padres y madres cuentan con su propia carga emocional, motivaciones, expectativas, conflictos, temores, ansiedades y deseos, producto de las experiencias vividas a lo largo de toda su vida, o sea, desde sus primeros años, hasta la actualidad; por lo que no hay manera de aislarlo de sus experiencias y aprendizajes pasados. Un padre no podrá dar aquello con que no cuenta, y si nos remitimos a su infancia, aquel hombre o mujer que en su infancia no tuvo cuidadores amorosos que satisficieran sus necesidades básicas, al llegar a la vida adulta, será igualmente deficiente en su ejercicio parental ya que aprendió que esa es la forma de proceder frente a las necesidades de otros; y así es que el apego se va desarrollando.
El apego emocional se construye a partir de la forma en que los cuidadores atienden a las demandas del niño. De un lado, tenemos padres que cubren las necesidades de sus hijos y las priorizan, dándoles la garantía de que en todo momento estarán ahí para cuidar de ellos, lo que da lugar al APEGO SEGURO; por otro lado están los padres que no siempre atienden a los llamados del niño, en ocasiones están y otras no, a veces son cálidos y otras son rígidos o llegan a condicionar sus atenciones, eso confunde al niño y les genera incertidumbre, así como un APEGO AMBIVALENTE O ANSIOSO; finalmente, existen padres cuyas conductas no pueden ser anticipadas por los hijos y la experiencia es vivida de forma totalmente liosa y confusa, ese es el APEGO CAÓTICO. La niña o niño, desarrollará un APEGO EMOCIONAL de tipo seguro, ansioso o caótico, según sea el caso, y este VA A HACERSE PRESENTE EN TODAS Y CADA UNA DE SUS RELACIONES futuras, incluidas las relaciones de pareja, y REPLICADO INCONSCIENTEMENTE EN LA RELACIÓN CON SUS PROPIOS HIJOS.
En escenarios ideales, los cuidadores desarrollan un apego seguro con sus hijos, les hacen saber que están ahí de forma incondicional para ellos y que aunque no sigan juntos como pareja, ambos van a velar por su bienestar sin importar con quién decidan vivir. Pero eso no es lo que sucede, o por lo menos no es lo que en los juzgados observamos a diario. Por el contrario, día a día, los Jueces se enfrentan a un sinfín de demandas en las cuales los derechos básicos de los menores, están siendo violentados por sus propios padres, incluso por aquellos que son “víctimas” pero que en realidad son cómplices generadores de violencia psicológica en contra de sus hijos. Vemos casos en que el padre o la madre no solo están generando un apego ansioso o inseguro en sus hijos, sino que de forma casi causal, diluyen las fronteras entre los roles que cada miembro cumple en la familia, y depositan en los hijos una carga que no les corresponde, la de cuidar de sus PADRES QUIENES ESTÁN DEMASIADO ENFRASCADOS EN EL CONFLICTO, COMO PARA ATENDER DE LOS MENORES E INCLUSO DE SÍ MISMOS.
Las jerarquías generacionales y funciones específicas quedan obsoletas a pesar de que el objetivo de estas es garantizar el bienestar de los hijos, a partir de la idea de que un adulto es quien debe cuidar de los menores y ellos a su vez, deben cooperar en casa—de acuerdo con sus capacidades—; no obstante, los padres en conflicto, incapaces de dar solución por cuenta propia a sus problemas, abren la puerta de par en par a los menores, para que se involucren en los problemas, conozcan los detalles, opinen y actúen como adultos. No resulta poco frecuente escuchar frases como “Mi hijo es mi mejor amigo”, “Somos mis hijos y yo contra lo que sea”, “Aunque nos haya dejado, somos fuertes”, “Sé bueno, ayúdame, no me hagas enojar”, las cuales no son otra cosa más que el reflejo de la incapacidad de un adulto para responsabilizarse de sus propios conflictos y el llamado de ayuda que está haciendo a sus hijos, quienes no tendrían que dar consuelo, ser confidentes o acompañantes emocionales de sus padres.
La búsqueda de una alianza con los menores en efecto, calmará la vulnerabilidad y sufrimiento del cuidador ya que ahora él será cuidado por el niño, pero el costo de esta nueva dinámica, es alto y hace que el menor vuelva suyo el dolor, decepción o insatisfacción de su progenitor, lo coloca en la disyuntiva de “¿A QUÉ PADRE DEBO CUIDAR? Quiero ser querido, quiero cuidar de él / ella. Debo elegir.”
La elección de los hijos, como medio de supervivencia.
Antes de entrar de lleno, es importante recordar cuáles han sido las visiones que a lo largo de los años, el Derecho ha tenido sobre la infancia, siendo la primera una Visión Indiferenciada, la cual se caracteriza por la falta de reconocimiento del niño como un sujeto distinto al adulto, por lo que el trato brindado es el mismo, y sus necesidades se invisibilizan frente a los intereses de los adultos. La segunda visión fue la Tutelar, en esta se ve a los niños como sujetos de protección, más no de derechos, ya que son seres incapaces o incompletos, es decir, son símiles a un bien, propiedad de la familia y por tanto, no es del interés del Estado. Finalmente, tenemos la VISIÓN DONDE NIÑAS, NIÑOS Y ADOLESCENTES, SON SUJETOS DE DERECHOS (o Visión de Derechos), en esta última, se reconocen las características propias de la infancia y ello les permite ser sujetos de los mismos derechos que los adultos, más derechos específicos que garanticen un trato diferenciado y especializado (no discriminatorio).
Entonces, si ya se ha reconocido que la infancia y adolescencia tienen sus propias características, ¿por qué en los juzgados se insiste en esperar de los niños, una conducta, pensamiento, análisis e inteligencia emocional, propias de un adulto?, ¿por qué les seguimos preguntando con qué padre desean vivir, como si se tratara de elegir el sabor de un dulce? Ojo, no se trata de ignorar los deseos de los niños y mucho menos sus experiencias, y valga señalarlo, el valor de las audiencias de presentación de menor es altísimo porque permite a niñas, niños y adolescentes saberse parte central de un procedimiento que busca salvaguardar sus derechos. Empero, NUESTRO COMPROMISO COMO FUNCIONARIOS PÚBLICOS Y LA VISIÓN ESPECIALIZADA COMO PSICÓLOGOS Y JUECES, NOS DEBE SENSIBILIZAR RESPECTO A ESTAS CARACTERÍSTICAS, PARA HACER LAS PREGUNTAS CORRECTAS, para no coadyuvar a que el menor se sienta dividido, traidor, culpable o responsable de algo que no le corresponde; así como para identificar indicadores que sugieran que está siendo víctima de la utilización por parte de uno u ambos padres.
Empecemos. Al nacer, el bebé es totalmente vulnerable a su entorno y forzosamente requerirá de la protección y amor de su cuidador para sobrevivir; necesita que le den de comer, que le cambien el pañal, estimulación para aprender a hablar y comunicar sus necesidades, ropa que cubra su sensible piel de las inclemencias del tiempo, etc., y corresponde a sus progenitores satisfacer todas esas necesidades, es por eso que rápidamente el bebé aprende que su supervivencia depende de la atención que reciba por parte de su padre o madre, y todas sus conductas estarán encaminadas a conseguir dicha atención (llanto, juego, balbuceo…), ya que la mera separación, por mínima que sea, será experimentada por el niño como la muerte misma.
Sucede que, contrario a lo que se cree, los niños, son capaces de experimentar las mismas emociones que un adulto, sin embargo, no pueden nombrarlas, reconocerlas, diferenciarlas ni controlarlas, por lo que su aparato psíquico tendrá que mantenerse alerta ante cualquier amenaza y hacer uso de diversos mecanismos de defensa, para dar alivio (momentáneo) a la realidad. En un escenario ideal, el niño hará la transición de un mecanismo de escisión, es decir, creer que el padre es bueno o es malo de forma absoluta; al mecanismo de integración, en el cual comprende que ambas características pueden coexistir en aquella persona que cuida de él. Pero ese no es el escenario que vemos los psicólogos forenses. Lo que comúnmente vemos, son niños cuyas necesidades afectivas no fueron debidamente satisfechas porque sus padres estaban demasiado ocupados en su propio conflicto, como para atenderlos, por lo que estos NIÑOS SE QUEDARÁN ESTANCADOS, MÁS O MENOS DE FORMA PERMANENTE, EN MECANISMOS COMO LA DISOCIACIÓN (separación del pensamiento, las emociones y acciones) O LA NEGACIÓN (negar la existencia), y AHORA LA REALIDAD YA NO ES PERCIBIDA TAL CUAL ES.
La nueva realidad es amenazante, el niño sabe que necesita una figura que le ayude a sobrevivir y organizarla, y comenzará a desarrollar conductas para mantenerse cercano al progenitor que perciba mayormente capacitado.
Y entonces, ¿qué lleva a niñas, niños y adolescentes a ser tan vulnerables a la utilización dentro del conflicto parental? Pues vaya, son sus propias características. Las niñas y los niños, tienen un PENSAMIENTO EGOCÉNTRICO Y CONCRETO, no son capaces de establecer relaciones hipotéticas de causalidad o de manejar conceptos abstractos y por ello, todo su conocimiento parte de sus sentidos. Tomando por cierto aquello que han visto, escuchado o sentido, y si un progenitor constantemente le dice que el otro es malo porque los dejó, eso el niño y vivirá el rechazo hacia su padre con plena certeza de lo que hace es correcto porque es verdad.
Mientras tanto, los adolescentes, lidiando con sus múltiples cambios hormonales, neurológicos y sociales, serán tendientes a engancharse en conflictos, por su constante necesidad de ser tomados en cuenta y de diferenciarse. El adolescente ya ha adquirido la capacidad de abstraer y de analizar, pero su pensamiento egocéntrico —característica que comparte con los niños— le hace CREER QUE LA SOLUCIÓN DEL CONFLICTO TIENE QUE VER CONSIGO MISMO Y POR TANTO ES IMPERIOSO QUE SE INVOLUCRE CADA VEZ MÁS.
El hijo dividido, ama a un padre y odia al otro, pero al convivir con el contrario, sus sentimientos cambian. Parece “incongruente”, pero no lo es.
EL conflicto llega para quedarse.
Los miembros de la familia construyen y se acomodan dentro del conflicto y cada quien ocupa un lugar estratégico desde la realidad que cada progenitor ha creado para sí mismo y de la cual intentan hacer partícipe a los hijos, quienes eventualmente tendrán que elegir, aunque amen a los dos.
Los hijos quedan atrapados en una DOBLE LEALTAD QUE LES GENERA ANGUSTIA constante, se vuelven mensajeros de los padres y su egocentrismo le hace pensar que la supervivencia del padre depende exclusivamente de ellos. Pero como la angustia no es permanente y existe el miedo de terminar siendo rechazados por ambos padres, finalmente los hijos toman partido y SURGEN LAS ALIANZAS Y COALICIONES.
Actuando bajo motivaciones inconscientes, los padres traen a los hijos al conflicto y piden su ayuda, buscan su alianza. Toda acción de los menores será interpretada como un mensaje sobre cuál es su bando y como en ocasiones los hijos se alían con el más fuerte para sobrevivir y mantenerse seguro, y otras se alían con el más débil para protegerlo, e incluso pueden oscilar entre los dos, según sus necesidades específicas; para una mirada no especializada, será imposible comprender por qué en convivencias supervisadas padre e hijo llevan una relación armoniosa, pero cuando las medidas provisionales se modifican y ahora las convivencias se ordenan de forma externa, el menor se muestra totalmente renuente.
La coalición se da posterior a la alianza y es cuando incapaz de seguir dividido en dos, el HIJO SUCUMBE Y SE ALÍA CON UN PADRE EN CONTRA DEL OTRO y cada vez le será más difícil acercarse y vincularse como antes con el otro progenitor, ya que el hijo ha vuelto suyo el enojo, coraje o rechazo que inicialmente era de su padre y a través del mecanismo de IDEALIZACIÓN, YA NO DEBE CUESTIONARSE NADA, si está bien o mal lo que hace, porque la categoría totalitaria de bueno o malo, ya fue internalizada.
Finalmente, el conflicto se establece y se arraiga dentro de la familia, es el pegamento que une a todos los miembros y aunado a ello, en ocasiones no son tomadas las medidas necesarias para restituir los derechos de niñas, niños y adolescentes porque los profesionistas involucrados no pudieron identificar el fenómenos de la utilización de los hijos, dejando a los juzgadores sin elementos vitales para dictar sentencias que verdaderamente atiendan al Interés Superior del Menor.
¿Qué se puede hacer al respecto?
Partamos de la idea de que no es posible dar una “solución” al fenómeno descrito a lo largo de este artículo ya que normalmente, psicólogos, litigantes y jueces, tenemos conocimiento del mismo hasta que el conflicto es demasiado grande; no obstante, la familia al ser de orden público e interés social, requiere de un esfuerzo mayor por parte de todos los profesionistas involucrados, especialmente cuando los derechos de niñas, niños y adolescentes están siendo vulnerados, entre ellos el derecho a vivir una vida libre de violencia. Nos compete entonces, trabajar en conjunto por el bienestar de nuestros menores a través de prácticas éticas que dejen de lado falacias teóricas (como peritos), al igual que la oscuridad en las demandas (como abogados litigantes), con lo cual Juezas y Jueces contarán con elementos de peso para dictar medidas y sentencias encaminadas a restaurar el equilibrio de aquellos hijos divididos y garantizar la protección y restitución de sus derechos, por ejemplo, a través de escuelas de reeducación parental, talleres para la erradicación de la violencia, convivencias de entrega-recepción, terapia psicológica individual y/o familiar, entre otras. No es tarea pequeña, pero en definitiva es ineludible.
Bibliografía
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